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La belleza de la naturalidad del movimiento y de la luz es casi imperceptible para los ojos de las personas que van y vienen en su desenfrenado ajetreo cotidiano, sin darle importancia a su entorno o a su propia existencia, dan por sentado su forma de caminar, su trajín y ajetreos cotidianos, sus deseos personales individuales de trasladarse a otro lugar, de llegar a sus diferentes destinos, de correr para llegar a algún lugar, día y noche, tan monótono, tan simple, tan cotidiano que se pierde a la simple mirada de las personas.